lunes, 30 de enero de 2012

Sueños en India / Dreams in India


Me había llamado la atención el título de la exposición: "Sueños de India" y, sin buscar más información, me acerqué ayer al Museo de Antropología para verla.

Esperaba encontrar la exposición de fotografía al uso, con los paisajes, ciudades y gentes de aquél exótico país reproducidos en brillantes copias individuales de gran formato; y en principio me sentí algo decepcionada al encontrar las paredes cubiertas de paneles con fotos impresas y largos textos explicativos. Al fín y al cabo, me dije, no era de fotos.




Pero pronto me encontré sumergida en la lectura, que me pareció interesante. Y cuando llevaba algo más de la mitad recorrida entró en la sala una pareja que, en tono poco discreto para un museo, discutía a medida que se iban desplazando de un panel a otro.

Él, airado, venía diciendo que las fotos eran "...una mierda, sin cuidar ni el color, ni la exposición, sin tener en cuenta para nada el balance de blancos...". Ella intentaba oponer tímidos argumentos a favor de "...un encuadre interesante, y las miradas de esos rostros sonrientes...", que él rebatía sin contemplaciones "...porque a esa gente le encanta que le hagan fotos y así es tan fácil...".




Y pensé para mí: ¿habrán leído el texto?; aunque estaba claro que no, ya que todavía no he visto a nadie capaz de discutir, leer algo y enterarse de qué va, todo al mismo tiempo.

Quizás habían venido a ver una exposición de fotos y seguían empeñados en descubrirla donde no estaba. Quizás habían estado en alguna ocasión en India y esperaban reencontrarse con las asépticas imágenes disfrutadas tras las ventanillas de un autobús con aire acondicionado o las cristaleras del resort, cómodamente preservados de la incómoda realidad en el interior de una burbuja creada a su alrededor por el tour operador.




Tal vez simplemente les gustaba la fotografía. Aunque parecían ignorar que una buena imagen no se limita a reproducir correctamente lo que tiene delante sino que intenta llegar más allá y, paradójicamente, a menudo son imágenes tecnicamente incorrectas las que mejor transmiten una realidad.

En fín, no tardaron demasiado en desaparecer y pude seguir mirando aquéllas fotos y leyendo sus historias para comprender el porqué de aquél título que le habían puesto a la exposición. Y es que esos "sueños" no se referían a las imágenes que en nosotros, espectadores, pueda evocar la India; sino a lo que ellos, sus habitantes, sueñan mientras viven allí.




Sueños de gentes humildes, que desde nuestra óptica pueden parecer más bien deseos que sueños. Su misma modestia resulta enternecedora y describe al soñador sin verlo: "sueño con tener una moto grande para poder llevar en ella a toda mi familia de paseo...", "...con hacer un viaje fuera de mi aldea...", "...con ahorrar la dote para casar a mi hija...". Los había más ambiciosos, pero en todos se percibía pareja procedencia: entre esas 100 familias indias no había ninguna fortuna. Quizás porque con dinero el sueño, algo que mora en las alturas de lo etéreo e inalcanzable, se transforma en deseo, más accesible y cercano.




El mensaje de la exposición es que las personas, vivan donde vivan, pertenezcan a una u otra cultura, crean en una u otra deidad, tienen sentimientos y deseos bastante parecidos: quieren ser felices, vivir en paz, ser queridos y valorados, que su familia salga adelante, que sus hijos tengan futuro, tener medios para vivir cómodamente. En India, en España, en cualquier otra parte del mundo.

Me alegré de haber ido a verla. Aunque no fuera exáctamente una exposición de fotografía.


* Las fotos de esta entrada no son de la exposición ni tienen que ver con ella. Las tomé en India hace casi veinte años y su calidad deja mucho que desear, pero las personas siguen siendo muy parecidas.

* En este Vídeo de You Tube puedes ver de qué va el proyecto que ha dado lugar a la exposición.

jueves, 26 de enero de 2012

Cuadros sin una exposición


El día que entré en un museo de Arte Moderno y, enfrentada a una pila de platos de loza blanca, me encontré de pronto intentando descifrar el significado oculto tras el título sin duda simbólico de "Pila de platos", algo cambió en mí. Comprendí en un instante que mi concepto del Arte se había quedado anticuado y que necesitaba reeducarme.




En realidad lo venía sospechando hacía ya algún tiempo, creo que desde la última edición de ARCO que visité. En el stand de una galería de arte me llamó la atención ver expuesto lo que en principio tomé por ejercicios de la clase de Diseño Gráfico y me acerqué a ver si alguno de mis compañeros... Pero andaba equivocada: no era un simple ejercicio de aprendiz.




Así que me he pasado cierto tiempo estudiando alfabetidad visual, técnicas de contraste y armonía, reglas de composición, niveles de representación, teorías de la Gestalt y cosas así. Pensando que llegaría un momento en que se descorrería el velo de tinieblas en que sin duda se hallaba sumido mi entendimiento para no comprender el mensaje oculto en aquélla "Pila de platos" del museo.




Pero el tiempo ha pasado y no he conseguido encontrar una definición realmente clara, precisa e indiscutible de lo que es el Arte. Por lo visto varía de un tiempo a otro, de una sociedad a otra, de una cultura a otra diferente. Al fín y al cabo, la Pietá de Miguel Angel, pongamos por caso, y aquélla "Pila de platos" de autor moderno son igualmente artísticas...




En fín... al menos me ha servido para afinar el ojo y andar atenta a lo que me rodea, para no pasar de largo ante las obras de Arte con que nos obsequia contínuamente la Naturaleza.

Como toda obra artística que merezca tal nombre son estéticas, provocan emociones, emplean diferentes recursos plásticos, y están creadas con esmero y dedicación.

Nunca estarán colgadas en una galería ni serán acaparadas por coleccionistas avariciosos, pero siempre puedes llevarte su imagen en la cámara.

La exposición se encuentra al aire libre, sus obras se renuevan contínuamente y, lo mejor de todo: ¡cualquiera puede disfrutarlas de forma gratuíta!.

viernes, 20 de enero de 2012

Angeles y Demonios


En el parque de El Retiro, en Madrid, tenemos una de las pocas estatuas  dedicadas al Angel Caído que existen en el mundo, obra del escultor Ricardo Bellver.

Habré pasado por delante cientos de veces, y en ocasiones también me he detenido a contemplarlo: una hermosa figura contorsionada que parece escrutar el cielo con gesto de cólera o terror. Y a veces me he preguntado: ¿Qué teme el Angel?, ¿qué amenaza invisible le hace retroceder llevándose una mano a la cabeza?.

El cielo azul no parece ocultar en su bóveda peligro alguno. Más bien evoca aquéllos versos de García Lorca que amenizaban el texto de mi lejano libro escolar: "...un cielo grande y sin gente monta en su globo a los pájaros; el sol, capitan redondo, lleva un chaleco de raso...".

¿Qué teme el Angel?

Un ser perfecto, hermoso e inteligente, expulsado de los Cielos; antes Portador de la Luz y ahora condenado a las tinieblas... Desde luego son razones de peso, convincentes, para la desesperación. Y sigo mi paseo, en la creencia de haber comprendido su gesto.




Pero ayer volví a pasar, una vez más, por El Retiro. Tomaba unas fotos, distraída, mientras esquivaba el ir y venir de patinadores y bicicletas para evitar que alguno se me llevase por delante.

Y ví que esta vez el Angel tenía compañía. Posadas sobre su brazo, como si de un árbol se tratase, miraban los alrededores sin reparar en él.

Lucifer retrocediendo ante la cólera de un Dios iracundo, sintiendo ya el ardor del Infierno a sus espaldas... y ellas, indiferentes al terrible drama, llenando de inmundicias su hermosa figura.




Solamente entonces me dí cuenta de lo equivocada que había estado en mi interpretación.

¿Qué teme el Angel?. No al Cielo ni al Infierno, no al castigo divino. Sino a la indiferencia de los mansos, él, que se atrevió a rebelarse; a la humillación de los irracionales, frente a su inteligencia; al desinterés de los humildes, ante todo su poder; de los débiles, ante su fuerza...




Ahora estaba clara la causa de su gesto de horror, de su rechazo. Él, que había estado en lo más alto, se veía impotente a merced de aquéllos pequeños demonios impertinentes y descuidados.

El Angel tenía miedo... de las palomas.

jueves, 12 de enero de 2012

Monerías

Aquél respetable público victoriano de damas y caballeros que recibieron con estupefacción y rechazo la conclusión del señor Darwin acerca de que el hombre proviene del mono, nunca viajaron a Sri Lanka.

Porque si hubiesen llegado hasta allí se habrían topado tarde o temprano con un par de figuras como éstas, sentadas sobre un muro y observándoles con plácida curiosidad.




Y en aquél momento de sorpresa, habrían advertido un innegable aire de familia en aquéllas pequeñas criaturas.

Porque estos monos (Macaca sinica), endémicos de Ceylán, pueden parecer tan "humanos" como las personas que cada día vemos a nuestro alrededor .




Han aprendido a usar un palo para sacar algo del agua, en vez de mojarse la mano...




Reciben los cuidados del peluquero o el masajista mientras permanecen agradablemente relajados...




No dudan en subirse a una verja para no perder detalle de lo que ocurre más allá...




¡Claro que podrían hacerlo de una manera algo más discreta...!




Y sus caras y gestos son tan expresivos y elocuentes que transmiten claramente su curiosidad...




enfado, perplejidad, miedo, sorpresa o aburrimiento....




Y cuando deciden que ya han tenido suficiente de nuestra presencia y no hay golosinas a la vista, acaban marchándose sin despedirse y adiós muy buenas...




... sin sospechar que, en realidad, me los he traído a casa a todos y están prisioneros sin remedio en este ordenador.

¡Hasta ahí, todavía no han llegado!

lunes, 9 de enero de 2012

Nos Miran (camuflados en la T4)

Me dí cuenta la primera vez que entré, aunque no supe identificarlos.

Una mano tirando de la maleta, la otra sujetando la bolsa de la cámara para evitar el vaivén. Y apresurados (íbamos ya muy justos de tiempo y "teníamos que haber salido media hora antes..."), entramos en la  recién inaugurada Terminal 4 del aeropuerto de Barajas: la T4.

Nos sorprendió agradablemente su diseño vanguardista: luminoso, brillante, imaginativo. Superficies metálicas reflejando el entorno; claraboyas ovaladas en el techo, tamizando la luz mediante láminas traslúcidas; techos ondulados, orgánicos, apuntalados por robustos tubos metálicos inclinados lanzados hacia lo alto; largas escaleras automáticas, paneles de cristal. Amplios espacios y curiosos elementos de aspecto cibernético, imaginados por algún creador de películas de ciencia ficción, a los que sólo faltaba la voz metálica diciendo algo así como "bienvenidos, señores pasajeros, les habla R2...".




Prisas, nervios: una larga fila en los mostradores de facturación, ¿los pasaportes?, ¿los billetes?, ¿aparece ya la puerta de embarque para nuestro avión en las pantallas?.
Pero también algo más, la extraña sensación de sentirme observada... ¿por quién?, si allí cada cual va a su negocio: los pasajeros a su vuelo, los empleados a su trabajo, los vigilantes nos miran a todos y a ninguno en especial. Luego la impresión se desvanece: hay otras cosas que atender.

Ayer, sin viaje en perspectiva y sólo por dar una vuelta, nos acercamos hasta la T4 para verla a gusto y tomar unas fotos. Sin prisas, sin nervios. Y la sensación de ser observados volvía a repetirse. Pero esta vez la cámara me descubrió el misterio; buscando encuadres limpios en aquél laberinto visual, me encontré de pronto con unos enormes ojos que me contemplaban fijamente a través del visor.




¡Allí estaba el observador silencioso, ahora siendo observado a su vez!. No uno, en realidad, sino docenas de ellos, mirando sin pestañear todo lo que sucedía allá abajo.




Silenciosos, pero no indiferentes... Aquéllas "caras" tenían expresión propia: curiosidad, asombro, disgusto, compasión... parecían reaccionar ante lo que estaba pasando ante sus miradas.

Aquélla mujer con la maleta abierta y medio equipaje por el suelo, buscando algo entre paquetes envueltos en plásticos y prendas de ropa amontonadas, recibía miradas de pura curiosidad y casi de asombro ante la cantidad de objetos que podía guardar en tan pequeño espacio.
El grupo de jóvenes desastrados tirados en el suelo, que habían dejado derramar un bote de refresco, no era consciente del gesto de censura, casi feroz, con que eran observados.




Y más allá, una niñita que lloraba en su cochecito cansada de una larga espera de horas, recibía miradas compasivas pero impotentes para acelerar los trámites.




¿Cómo había podido pasarlos por alto hasta entonces? Y es que, a veces, miramos sin ver...