domingo, 18 de marzo de 2012

Sensación de Lugar


Llevábamos unas semanas dando tumbos por Australia.

Comenzamos bordeando la costa de Sur a Norte, visitando la parte más húmeda y poblada del continente. Y aunque cada nuevo país es una fuente de sorpresas y novedades, al cabo de los días lo diferente se vuelve tan familiar y cotidiano que uno adquiere sin apenas darse cuenta la confianza de estar como en su propia casa; a pesar de que ésta se halle, como en nuestro caso, al otro lado del mundo.




El salto en avión de Brisbane hasta Alice Spring había marcado un nuevo hito en el viaje. De nuevo la sorpresa del contraste, el salto del bosque al desierto como de un mundo a otro; contemplando desde las alturas una vista que nos hacía sospechar que los aborígenes en sus sueños habían conseguido subir hasta las nubes para plasmar en sus pinturas el diseño de líneas y manchas de tonos cálidos que formaban el corazón rojo de Australia.

Poco después volvíamos a estar en la carretera, y el paso de los días nos situaba de nuevo en la cómoda confianza de lo cotidiano. Los interminables kilómetros de aridez y arbustos, de spinifex y lengas salpicados de eucaliptos, de montes calcinados en la distancia y gargantas de roca con tonos de hierro oxidado, se habían convertido temporalmente en nuestro hogar. Disponer de una furgoneta de camping bien equipada y aprovisionada facilitaba mucho las cosas, claro; es increíble la rapidez con la que uno se acostumbra a conseguir agua tan sólo abriendo un grifo, fuego pulsando un botón, y una cerveza bien fría en medio de la nada recalentada y el zumbido de las moscas con sólo abrir una puerta.




Ulurú había sido una auténtica sorpresa. A pesar de los miles de imágenes en que aparece, de fotos, vídeos y relatos, nada te prepara para la compacta realidad de su enorme presencia. Escéptica como me sentía en principio, me fuí sabiendo que había merecido la pena el tiempo y los kilómetros recorridos para llegar hasta allí. Es una historia para otra ocasión.

Ahora atravesábamos la apartada región del Kimberley, en Western Australia, y después de varias horas de paisaje cubierto de hierbas amarillas, eucaliptos, termiteros y baobabs llegaba el momento de ir buscando un lugar adecuado para dormir. La ciudad más cercana aún quedaba a un par de días, pero había algunas solitarias zonas de descanso donde pernoctar.




Junto al Ord River encontramos un área algo apartada y con instalaciones básicas: un WC, papeleras, poco más. La Greath North Highway había pasado por allí en otro tiempo, pero ahora el asfalto estaba cortado por un vado que en tiempo de lluvias debía resultar temible, y aquel tramo de carretera había quedado abandonado. Allí nos instalamos sin mayor problema, hechos a dormir en la soledad del campo por años de práctica y sabiendo que el peligro, si lo hay, llega más a menudo por la cercanía de la gente que por su ausencia. Y no era compañía precisamente lo que prometía el lugar.

Dando un paseo para estirar las piernas llegamos a la vista de un par de carteles; en uno de ellos se contaba brevemente la historia de Leycester, el niño de 13 años muerto allí mismo en accidente de carretera y en cuyo recuerdo se había bautizado el área con su nombre. El otro informaba de que estaba permitido pernoctar durante 24 horas, añadiendo un número al que llamar en caso necesario; y terminaba diciendo que el teléfono público más cercano se encontraba en Halls Creek, 100 km al sur de allí.

Sentados a la luz de la luna en medio del silencio roto de vez en cuando por los lejanos aullidos de los dingos, con una copa de vino en la mano y el manto de estrellas brillando en la oscuridad de un cielo limpísimo, me volvió a la cabeza aquel cartel y me dí cuenta de que era la clave que situaba las cosas en su justo lugar. El teléfono más cercano, ya que el móvil sin cobertura no era tal, estaba a 100 km... Ahora podía apreciar mejor dónde nos encontrábamos realmente, y el valor de la seguridad que proporciona un vehículo, una reserva de agua, una despensa con provisiones, un techo bajo el que dormir.




Sensación de lugar. Un término muy usado en fotografía; el efecto que se consigue con ciertos recursos visuales para situar al espectador dentro de la foto: inmerso en la corriente del río o en la niebla del bosque, como lo estuvo el fotógrafo en el momento de captar la imagen. Y me dije: ¡qué pocas veces tomamos auténtica conciencia de dónde estamos y de lo que tenemos!, de la importancia de este breve momento de luz que se nos concede en la noche eterna: esta vida por la que pasamos tan a menudo sin darnos cuenta.

Me vino a la cabeza algo que leí en la exposición de un centro de visitantes norteamericano; no recuerdo el lugar pero las palabras han permanecido. Eran de un jefe indio ya desaparecido, uno de aquéllos sabios "salvajes" cuyo pensamiento, desarrollado en contacto con la magnífica Naturaleza de aquel hermoso continente, parece ser hoy más apreciado de lo que lo fueron las personas de entonces: "¿Qué es la vida?, el resplandor de una hoguera en la oscuridad de la noche; el aliento de un búfalo en medio de la nevada del invierno...".

Sin duda aquél hombre había tenido bien claro dónde estaba y lo que valía su momento de lucidez.