jueves, 28 de junio de 2012

Atrapad@s en la Red Social (3)




Hace tiempo que me encuentro en un dilema.

Y no es que piense que nuestros padres se equivocaron en algo, que no. Es porque ha cambiado el viento y toca reorientar las velas para seguir navegando sin percances.

Cuando éramos niños, muchos de los que ahora ponemos en la tarta de cumpleaños números en vez de las clásicas velitas (que van siendo demasiadas) tuvimos la suerte de recibir cierta educación. Nos enseñaron a pedir las cosas "por favor" y a recibirlas con un "gracias"; a apaciguar con un "disculpe" a quien habíamos molestado inadvertidamente; a comportarnos en la mesa con corrección, usar los cubiertos con eficacia y no hablar con la boca llena; a dirigirnos a los demás con respeto, hablando en un tono discreto y no a voces; y a mantener unas maneras civilizadas en la calle, evitando ensuciar o causar molestias a los demás viandantes. Nos enseñaron, en fín, que vivíamos en sociedad y había ciertas reglas que cumplir para formar parte de ella.

Y como éramos niños las aceptamos sin cuestionarlas, adquiriendo aquéllos hábitos que nos inculcaron no solamente con palabras sino fundamentalmente con el ejemplo de cada día. Cuando no se cumplían las reglas recibíamos la reprimenda o el castigo consiguiente, que nos fastidiaba pero ayudaba al aprendizaje. Eran otros tiempos menos "light"; cuando un azote, dejarte sin postre o mandarte a tu habitación no suponían "intolerables atentados a la dignidad", ni traumatizaban a un niño para toda la vida... Quizás también los niños de entonces éramos de otra pasta.

Luego fuimos adolescentes y, naturalmente, llegó el momento de rebelarse contra todo. Las normas eran para saltárselas y las hormonas nos pedían "marcha"; el mundo era un enorme campo de posibilidades y, desde luego, había que cambiarlo todo para hacerlo mejor de lo que lo habían hecho hasta entonces... Los mayores se habían vuelto enemigos, y los amigos de nuestra edad eran los únicos que realmente "nos comprendían". Todo lo veíamos a través de unas lentes de aumento, necesitábamos lo excesivo. Lo prohibido tenía, justamente por estarlo, un atractivo especial y lo buscábamos con entusiasmo...

Pasaron los años y la vida puso cada cosa en su sitio. Y acabamos por caer en la cuenta de que las normas, la educación, el respeto, aquéllas "anticuadas" fórmulas de cortesía, no eran sino herramientas para permitirnos convivir en relativa paz con nuestros semejantes. Tomamos conciencia de que aquellos "por favor" y "gracias", aquel "disculpe" o el tratar de "usted" a quien no conocemos y tiene más edad que nosotros, funcionaban como amortiguadores para suavizar el choque entre individuos en una sociedad cada vez más masificada; la cortesía nos alejaba de la barbarie. Porque los choques son inevitables pero, como escribe Fernando Savater, "buscar gresca con los demás es por lo común inconveniente", y "se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir".

Así que durante muchos años he procurado ser aceptablemente educada, haciendo honor a lo que me enseñaron; y debo decir que no me ha ido tan mal porque han sido mayoría las personas "normales": ésas que, si uno se dirige a ellas correctamente te contestan con la misma corrección, y si no les metes el dedo en el ojo se cuidan de hacer lo mismo contigo. Lo que pasa es que, de un tiempo a esta parte, las cosas han ido cambiando y las buenas maneras parecen algo a extinguir. Y claro, empeñarse en hacer de cordero cuando pintan lobos es hacer oposiciones a ser convertido en chuletas.

Y no tengo intención de convertirme en mártir de las buenas maneras, así que he empezado a tomar mis medidas. De momento, voy leyendo con atención los artículos de mi escritor favorito. No solamente porque en muchos de esos "ajustes de cuentas semanales", como él los llama, arremeta contra gentes y situaciones que a mí también me ponen de los nervios, y que me encantaría tener los medios y el arte para tratar del mismo modo. No sólo por éso. Es también por la riquísima colección de epítetos de que se sirve para calificarlos, y de los cuales yo no tenía noticia (la buena educación también tiene sus fallos...) pero de los cuales voy tomando buena nota para servirme de ellos a la menor oportunidad que se presente.

También leo con interés a Maquiavelo, que conociendo bien el alma humana aconsejaba que más vale ser temido que amado, y que tratar con clemencia al enemigo en vez de acabar con él sólo sirve para que vuelva a atacarte en cuanto se recupere. Aunque casi es más interesante Sun Tzu, que previene para no dejarse llevar por la cólera y las prisas, sino emplear el engaño y la elección cuidadosa del momento; un ataque preventivo, rápido y certero, es la mejor defensa...

Llegará un momento en que me sienta preparada para salir a la calle y enfrentarme a las hordas con garantías de éxito; de momento soy bastante pacífica, pero dénme tiempo... Sin embargo todo ésto me plantea un dilema. ¿Cómo distinguir a los justos que aún quedan en Sodoma?.

Porque evidentemente sigue existiendo gente amable y educada, que te preguntarán qué hora es o por dónde ir a la Plaza Mayor con un "por favor" delante, y serán capaces de corresponder a tu saludo con otro "buenos días" acompañado de una sonrisa. Pero todos caminamos disfrazados y nunca sabes quién aparecerá bajo el cuero o la seda cuando toque. Es como una apuesta a cara o cruz, y no siempre está claro qué lado es cuál. Además, ya me he equivocado en un par de ocasiones al menos.

Hace unos años caminábamos al anochecer por un rincón solitario del Retiro para llegar al cine de verano. Alguien llegó hasta nosotros por detrás con ruido de ferretería, y la luz de la farola iluminó una chupa de cuero con tachuelas y cadenas, una "cresta" de colores, botas de caña con hebillas... En fín, que cuando ya esperábamos cualquier cosa se nos descolgó el chaval con un: "Hola, ¿os importa que vaya con vosotros?, ¡es que hay por aquí una gente más rara...!". No se había mirado al espejo, el angelito. El caso es que parecía cruz... pero era cara.

Al contrario que el otro día. Esta vez el escenario era el paseo de Madrid Río y descansábamos sentados en un banco, cuando un roce a nuestra espalda nos hizo volver la cabeza. Allí mismo, a menos de dos cuartas y a la misma altura del respaldo porque los jardines están altos, un perro hacía sus necesidades bajo la plácida mirada de sus dueños: una pareja de edad similar a nosotros y aspecto "normal". Bastante mosqueados, es la verdad, preguntamos si no se podían llevar el perro más lejos para esos menesteres... Y la pareja de aspecto "normal" se transformó súbitamente en un par de energúmenos vociferantes que vertían insultos por una boca que parecía una cloaca... Esta vez lo que parecía cara resultó ser cruz.

No es fácil saber a quién tienes delante. Y por otra parte, ¿es posible nadar y guardar la ropa?, ¿mantenerse civilizada y desbarrar solamente cuando toque?, ¿o acabaré formando parte de la horda si adopto sus maneras?, o al menos pareciéndolo... En fin, un dilema.

domingo, 3 de junio de 2012

Cualquier tiempo futuro fue mejor


Siempre me han gustado esos pueblos que conservan un ambiente medieval.

Me encanta pasear por sus calles estrechas y tortuosas de suelo empedrado; admirar las casas de piedra y barro con vigas de madera, cuya fachada gana unos centímetros más con cada piso y que parecen apoyarse en sus vecinas; asomarme a sus pasadizos, cuevas y bodegas; atravesar las murallas por puertas de viejos postigos de madera herrada; entrar en las pequeñas iglesias de piedra tanto como en los grandes castillos...




Recorrer sus callejuelas ya vacías a última hora de la tarde, cuando las sombras empiezan a instalarse en los rincones sin que la luz de unas farolas amarillentas consiga detener su avance, es un placer que estimula la imaginación haciéndonos retroceder en el tiempo.

Claro que a veces la imaginación se dispara demasiado y nos hace evocar idílicas escenas de la vida cotidiana en aquellos tiempos. ¡Qué tranquilidad la de entonces...!, sin coches ruidosos por las calles; ¡qué sanos los alimentos...!, sin conservantes ni porquerías; ¡qué entrañable la vida comunitaria...!, con sus fiestas alegres, las reuniones alrededor del hogar para contar historias a la luz de la lumbre...




A menudo, fastidiados por los problemas e incomodidades del presente, caemos en la trampa de sentir la nostalgia de un pasado que nunca existió. La democracia de la Grecia clásica nos parece un logro perdido; ya no se construye como lo hacían los romanos; desaparecieron los sabios universales del Renacimiento; no quedan tierras que descubrir y conquistar allende los mares; y los tiempos de las grandes ideas, de los grandes artistas, de los grandes inventos, han quedado atrás. Hemos perdido los valores, las creencias, la familia, el empleo para toda la vida, la seguridad en las calles, el buen gobierno, la fe, la esperanza y la caridad... Y el mundo parece haberse convertido en un lugar frío e inhóspito, peligroso para la vida y la hacienda, con el riesgo añadido de que el cáncer o el infarto se nos lleven antes de tiempo...

Espejismos de un pasado que nunca fue así pero que, con gran optimismo, nos complacemos en pintarnos mucho mejor que nuestro presente efectivo. ¿Cuántos de nosotros estaríamos realmente dispuestos a embarcarnos en la máquina del tiempo para retroceder y quedarnos allí?. Allí... ¿dónde?, ¿en qué momento de nuestra Historia?.




Me imagino en la democrática Atenas del siglo V, paseando por la stoa al cálido sol de la tarde mientras escucho las sabias palabras de alguno de los grandes filósofos, o apresurándome para no llegar tarde al estreno de la última comedia de Aristófanes... Claro que, como mujer, nada de ello me sería posible y más bien estaría encerrada en mi casa sin derechos ni voz ni voto; que la democracia no era lo que ahora entendemos como tal, y sólo participaba de sus beneficios la pequeña parte de la población con el estatuto de "ciudadanos libres", ¡faltaría más!.




¿Mejor entonces ser hombre?, pues sí... hasta que tocaba entrar en guerra con alguna de las ciudades vecinas, cosa bastante frecuente; y entonces pocas eran las posibilidades de salir entero: lo de la objeción de conciencia no se había inventado. Y nada de armas con las que matar a distancia y sin mancharse las manos: lanza, espada, escudo, y allá tú con lo que hubieras aprendido en los largos entrenamientos diarios. ¿Herido en la batalla?, olvídate de analgésicos, anestesia o antibióticos. Los perdedores, por último, eran vendidos como esclavos después de rematar a los heridos "inservibles". Los derechos humanos aún estaban por inventar...




Y es que el ser humano, en toda época y lugar, se ha dedicado con bastante entusiasmo a exterminar a sus semejantes a pesar de la supuesta fraternidad humana; lo de Caín y Abel sólo fue un tímido precedente.

Si me quedo en España, por ceñirme más al al lugar que ocupo y fantasear solamente con el tiempo, tampoco acabo de encontrar ese "cualquier tiempo pasado fue mejor" de las Coplas de Jorge Manrique.




De la cabaña al palacio, todos vivieron en peores condiciones que nosotros. Hombres o mujeres, ricos o pobres, sabios o ignorantes; ninguno tuvo a su alcance los medios materiales, las condiciones de libertad, de salud, de oportunidades, que disfruta cualquiera de nosotros en un país "normal". No pretendo afirmar que vivamos en el mejor de los mundos, ojo, sino en el mejor de los tiempos; cuando palabras como democracia, Internet o antibióticos se corresponden con realidades ya inventadas y en uso; que lleguen a todos los rincones del planeta es otro tema.




Es un alivio saber que el tiempo no corre hacia atrás y que, por tanto, no es posible el retroceso. Aunque no es condición imprescindible: tampoco los orgullosos romanos del Imperio imaginaron que, pocos siglos más tarde, todo aquello que enriquecía su vida diaria: termas, templos, villas, ciudades, espectáculos, ceremonias, leyes, cultura, arte y civilización, desaparecería arrasado bajo los cascos de los caballos de Atila y compañía...

La Historia, cuando es olvidada, tiene la fastidiosa costumbre de volver a repetir sus duras lecciones. Nunca estamos completamente a salvo de la Prehistoria.