lunes, 11 de noviembre de 2013

Madrid agradecido


Caminan entre nosotros como ciudadanos corrientes. Seguramente coincidiste con ellos en algún bar celebrando codo a codo el gol de la tele, quizás pasean al perro en tu mismo parque o compran en el supermercado de la esquina. Parecen de los nuestros pero son de otra especie.

Pertenecen a la tribu de los que aprovechan cualquier manifestación para dar rienda suelta a su vandalismo, quemando contenedores o rompiendo escaparates sin ningún motivo racional, amparados por la masa. De los que se escudan en la necesidad ajena y el río revuelto para saquear un supermercado y llevarse por la cara el televisor o la cazadora de la que se habían encaprichado. Primos hermanos de todos aquellos animales que se apuntan a una guerra, no para defender una causa o una patria sino para poder dar rienda suelta a sus instintos violentos sin ser juzgados como criminales.




Hoy los vemos circulando en pandillas por nuestras calles, "piquetes" los llaman... Amparados en el número y la fuerza bruta se dedican a desguazar papeleras y volcar cubos de basura, rompiendo bolsas y esparciendo su contenido por el suelo; un rastro de papeles, desperdicios, latas, cartones y botellas rotas señala su ruta canalla. Una ruta curiosamente céntrica: Sol, Plaza Mayor, calle Toledo, el Rastro... Ni siquiera Eloy Gonzalo se libra de la degradación y ahí está el valiente héroe de Cascorro, con su lata de petróleo y rifle al hombro, impotente ante las hordas que le han cercado de cartones y basuras.




Y me da por preguntarme si esos vándalos son realmente de Madrid. ¿Viven aquí?, ¿pasean por estas calles con su familia?, ¿se sientan a tomar unas cañas con los amigos en alguna de estas terrazas?. Estoy por decir que no, porque dudo que alguien sea tan estúpido como para ensuciarse donde come. Por lo menos en el Centro no deben de vivir; quizás incluso vienen de fuera llamados por esos mismos que se dedican a gastarse en comilonas el dinero que debían dedicar a solucionar los problemas de los trabajadores. Madrileños no, ni hablar; ni lo merecen.




El madrileño de bien está acostumbrado, por desgracia, a estos desaguisados. Cualquier protesta, desacuerdo o exigencia que se precie acaba llegando aquí, paseando sus pancartas por Alcalá, gritando sus consignas en Colón, o montando su campamento en plena Puerta del Sol. Identificando Gobierno con Madrid, gentes de cualquier punto de España invaden de tanto en tanto el centro de la ciudad para hacer oír su voz en directo a los que nos gobiernan. Los que vivimos aquí lo tenemos asumido, lo dejamos correr e incluso participamos en lo que nos concierne o merece nuestro apoyo; es una servidumbre que conlleva ser madrileño, el peaje a pagar por el privilegio de vivir en la capital de España. Otra cosa muy distinta es aceptar tranquilamente que unos vándalos se dediquen a destrozar y emporcar las calles, tomándonos como rehenes para conseguir sus fines, sean estos cuales sean.




Ni un Gobierno que realmente gobierne, ni un alcalde que se preocupe del bienestar de sus ciudadanos, deben consentirlo. Pero no hacen nada. Los mismos que han organizado la huelga no se preocupan de frenar los destrozos ni poner coto a los desmanes, y eso los hace tan culpables como los propios vándalos que convocaron. ¿Qué podemos hacer los madrileños de a pie que sufrimos sin culpa las consecuencias de tanta dejadez?.

¿Quizás deberíamos añadir una nueva placa conmemorativa en la Puerta del Sol?:

MADRID AGRADECIDO

A los vándalos que han cubierto de basura nuestra ciudad, desguazando las papeleras y volcando los contenedores, esparciendo desperdicios y sembrando cristales.

En nombre de todos los ciudadanos de Madrid. De los conserjes, que deben hacer su trabajo y el de los barrenderos cada mañana. De los que pasean a sus hijos y a sus mascotas con cien ojos, para evitar que se traguen medicamentos machacados o se corten con los cristales. De los ancianos e inválidos, que tienen que andar esquivando las porquerías para no resbalar y romperse la crisma. De los desafortunados que viven en la calle, cuya desgracia aumentan un entorno insalubre. De los comerciantes, que cada día ven sus negocios más vacíos. De los turistas que nos visitan, llevándose un mal recuerdo de lo que debía haber sido una experiencia agradable.

Personalmente, como madrileña, me siento realmente agradecida por lo que están haciendo. Tan agradecida estoy que mi mayor deseo es que pronto, hoy mejor que mañana, esos vándalos se tengan que buscar el sustento entre la basura que tan alegremente van sembrando por nuestras calles. Justa es la protesta y un derecho el manifestarla, pero no confundamos las cosas.

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